En el 2006, cuando llegué a Polonia, mi hermano me mostró durante un corto lapso como se veía este país. Cuando teníamos que viajar a Szczecin a visitar a mi tía, la prima de mi madre, mi hermano me explicó que los trenes quizás no iban a ser lo que tenía en mente, que en Polonia no eran de lo mejor. Antes de viajar me dijo que podía esperar algo no completamente lujoso y yo creé en mi cabeza una imagen un tanto confusa de lo que íba a encontrar. Viajando en un tren IC lo miraba muy extrañado a mi hermano, quien se dió cuenta que este tren no era nada para avergonzarse. Luego de pasar por Szczecin seguimos viaje a lo de mi otra familia, en Bydgoszcz, y entonces mi hermano me dijo que esta vez si los trenes iban a ser decadentes. Supongo que ya el tiempo que había pasado él fuera de Argentina (se fue en el 2001) lo había hecho olvidar cómo se veían los trenes en Argentina. Seguro que el tren de Szczecin a Bydgoszcz no era en lo absoluto lujoso pero tampoco era algo como para espantarse. El tren es, en Argentina, un punto muy sensible. Si se tomara el tren como reflejo del progreso de este país, entonces podemos decir que muchas cosas pasaron. En la memoria del argentino queda la frase “una de las mayores redes ferroviarias del mundo” que hoy es muy difícil de llamarlo así. En breves palabras, el tren en Argentina empezó siendo un emprendimiento privado por parte de los ingleses en 1855. Entonces Argentina tenía una economía agroexportadora (“el granero del mundo” es otra de las frases que resuenan en el pueblo argentino) y cuando llegó a un punto de riqueza acentuado (durante y después de la segunda guerra mundial) los ferrocarriles quedaron estatizados por Juan Domingo Perón. Para esa época (alrededor del año 1950) mi abuelo estaría llegando a la Argentina y sería contratado como ingeniero vial para construir el tren más moderno que entonces se conocía, el ramal eléctrico del ferrocarril que va del centro de Buenos Aires a la ciudad de La Plata. Nada mal como para alguien que estaba pasando por el trauma de haber vivido la peor guerra de la historia y tenía que encontrarse en una situación completamente nueva.

Aquí la historia empieza, sin embargo, a ponerse más áspera y el tren refleja fielmente lo que ocurre en el país. Con la tensión interna por la figura de Perón (el histórico líder de masas en Argentina que finalmente muere en el año 1974 ) más los intereses externos de EE.UU. en que el comunismo no se propague por la zona sur de las Américas, los trenes empiezan a detener su desarrollo. Con la dictadura más sangrienta que hubo, que contaba con el aval de los norteamericanos, en Argentina empezó a adoptarse una doctrina neoliberal. El tren comenzaba a considerarse demasiado caro, por lo que empezaron a cerrar conexiones y pueblos enteros empezaron a desaparecer del mapa. Pero fue recién en los años noventa, con el presidente Menem, que el tren sufrió su mayor caída. Todas las redes ferroviarias fueron privatizadas y, toda conexión que era considerada “a pérdida” se cerró. Así, un país que tenía una red de casi 47.000 km de vías paso a tener 8.000 km activos. Durante todo este período se generaron centenares de pueblos fantasmas y los micros (autokary) reemplazaron, en forma de empresas privadas, la mayoría de las conexiones que el tren ya no hacía, porque provocaba pérdida. Todo este período absurdo termina en el 2001, hace ya diez años de ese diciembre maldito, cuando por primera vez en la historia un país se declaraba en bancarrota, en default. Y fue Argentina.

¿Qué vino después? Aparecieron en Argentina varios fenómenos insólitos en la historia. Por un lado, mucha gente paupérrima empezó a juntar de la calle cosas que podían llegar a vender por algo de dinero. Es así como miles de personas cobraron el nombre de “cartonero”, porque juntaban cartones de la calle para poder comprar algo de comer. Eso tenía cierto valor a pesar de la miseria que representaba, porque era gente que no podía conseguir empleo y en vez de dedicarse a robar, juntaba cartones. Pero no dejaba de ser indignante que en el “granero del mundo” haya tanta pobreza, tanta hambre. Esta gente vive en la periferia de Buenos Aires y llega a la ciudad en tren, transportando carros que están hechos de restos de otras cosas (bicicletas, caños, cestos) para poder recolectar lo máximo posible de cartón. Esto provocó que mucha gente se quejase porque no le gustaba que viajen con ellos, porque estos carros ensuciaban, o por la razón poco comprensiva que sea. En resultado, la empresa concesionaria de los trenes decidió dedicar una formación de vagones para los cartoneros. Obviamente, no iban a ser los vagones más lujosos que tenían (es más, se viajaba en condiciones infrahumanas, con muchísima suciedad) y era bastante polémica esta decisión, por ser tan discriminatoria. Era sorprendente ver un tren negro, sin iluminación ni ventanas, que cada día se volvía más largo. Por una pobreza que crecía.

Otro fenómeno que llamó la atención de todo el mundo fue el de las fábricas recuperadas. Los trabajadores, que se quedaron sin trabajo porque la empresa para la cual trabajaban había cerrado sus plantas, toman el control de esas plantas y las reactivan. De ésto hablaré específicamente en otra ocasión.

Como sea, los trenes acabaron en un desastre y un reflejo de lo que trajo el librecambismo, la doctrina norteamericana con la que tiene que lidiar toda la economía global hoy. Las consecuencias quizás expliquen cómo es que hoy la Argentina tiene cierta preferencia por los gobiernos más de “izquierda” o que pretenden ser más socialistas.

Como les conté antes, en septiembre del 2011 viajamos junto a mi M a Argentina y no veía la hora en que viajemos en tren. Viajar hoy, en la línea Sarmiento que une el oeste con Capital Federal, es algo que roza lo surrealista. Mi familia vive en Morón, un suburbio que queda a unos 20 km de la capital federal. Cuando todavía estudiaba en la Universidad de Buenos Aires tenía que viajar todos los días en ese transporte. Les describo un poco como se ve, porque sacar fotos no es tan fácil por el riesgo de ser robado: el tren lleva más de medio millón de personas diariamente desde las afueras de Buenos Aires hasta Capital Federal. O sea, la higiene, por más que se intente tenerla, no es muy alta. Alguna vez hubo guardias feroces ante los molinetes de entrada, controlando que todos tengan pasaje. Ahora, hay unos desganados empleados que no se sabe exactamente qué están haciendo. Arriba del tren la gente, por lo general, no se viste demasiado vistoso o elegante. Llamar la atención (sin ningún fin específico) puede ser poco favorable para uno. A veces faltan asientos y ventanas o caños del que se pueda agarrar uno porque fueron desmontados o robados. Los pasillos del tren se convierten en un mercado persa en donde se puede comprar de todo. Los vendedores pasan y pregonan su mercancía, muy barata. También pasa gente que toca música y otros que sencillamente piden algo para poder comer. Y es en el furgón donde pasan completamente otras cosas.

El furgón es un vagón desprovisto completamente de asientos y con muchos ganchos para que la gente pueda colgar de ellos las bicicletas. Hay un gran porcentaje de personas que viajan en tren y luego se mueven en bicicleta por la capital federal, para ir a trabajar porque es así más barato. En el furgón la gente se sienta sobre el piso y a veces charla, toma vino o se prende un faso, un cigarrillo de marihuana. Aquí los vendedores suelen pasar muy rápido, porque saben que muy pocas veces les compran algo.

M estaba muy sorprendida con todo esto, naturalmente, y un momento en el que nos quedamos helados los dos fue cuando un hombre entro al pasillo con un cuchillo de alrededor de 30 centímetros de largo. Claro, era para vender esos cuchillos, pero para probar de que eran de buena calidad lo golpeaba repetidas veces contra el caño metálico del que uno se podía mantener en pié durante el viaje. Nosotros nos asustamos un poco porque, la verdad, el tren no se mantenía estable y por más que el tipo era un experto del equilibrio, un accidente era altamente posible. Por suerte llevaba mi grabador conmigo y disimuladamente pude grabar ese momento, que espero que lo puedan abrir ustedes en sus casas.

Dos días después de nuestro viaje en tren hubo un accidente terrible en esa misma línea. Es algo que se espera a veces que pase, viajar se vuelve una ruleta rusa.

A pesar de que todo esto suena a cuento de terror, siempre aclaro que la gente tiene que vivir, que llevar una vida adelante y, no importando las condiciones que limitan el funcionamiento, intentar ser feliz. Si bien no parece un cuadro alentador, son miles de cosas en un nivel casi “metafísico” que hacen de Argentina algo increíble de descubrir. Incluso cuando el tren parece tan feo, la sonrisa entre la gente gris, cosas inesperadas, son pequeñas flores de loto entre tanto “negativo”.


Nicolas de la Vega