Cada árabe de mi generación y de la generación de mis padres conoce bien a Nadia Lutfi. Una actriz egipcia hermosa, con los grandes ojos marrones y el pelo rubio, que hacía papeles de la chica enamorada, la bailarina astucia, o la amiga cordial y la hermana cariñosa. Desde los años cincuenta era invencible en la pantalla grande, junto a los famosos de la generación, tales como Omar Sharif – un actor reconocido en el mundo. Cuando era joven, veía sus películas con gran pasión. Cada vez que apareció en la película tenía que verla. Me sentía gran simpatía por ella, y ¿tal vez era una especie de fascinación juvenil? Pero se me pasó, aunque el sentimiento por sus papeles y su cara se quedó conmigo muchos años.

Pero, en el verano de 1982, durante la guerra entre Israel con la OLP en Líbano y el asedio de Beirut, sentí el mayor respeto por ella. Nadia Lutfi, acompañada de varios actores egipcios, incluso el famoso Noor Al Sharif, había escapado de Beirut asediado con una cámara y grabó la guerra, los bombardeos y la muerte de personas inocentes. Para mí, un palestino, no fue sólo una expresión de la solidaridad árabe huera, pero el verdadero heroísmo.

Muchos años más tarde me fui a El Cairo, al Festival de Cine Árabe. Es un evento cinematográfico de películas árabes de ciclo anual. A pesar de que no vi ninguna película árabe en los últimos años, probablemente los recuerdos juveniles llegaron a mi mente y estaba muy feliz de poder encontrarme con los héroes de aquellos años. Me acordé de mi padre cuando me reuní con los actores, ya que, principalmente, a su causa iba a pie a un cine localizado a varios kilómetros para ver una película (desde el punto de vista actual) tonta. Entre los invitados del Festival, encontré el nombre de la directora que conocía como a una joven adolescente – hermana de mi querido amigo, artista-plástico sirio. Su película ganó el primer premio del festival. Así que fue rodeada por todos lados. Fue tan sólo en la gala, que tuvo lugar en el Hotel Marriott en El Cairo, cuando tuve la oportunidad de encontrarla.

Nuestro encuentro fue muy cordial después de todos estos años. Me invitó a su mesa, donde estaban sentados unos que conocía, más o menos, de cara. Entre ellos estaba mi ídolo desde la infancia – aún bella Nadia Lutfi. Nos presentamos brevemente y, a continuación hablamos. Alguien me preguntó de dónde estaba, así que respondí por instinto: de Polonia.

¡Cuánto me sorprendí cuando la señora Nadia Lutfi, con una sonrisa sincera y amplia, me dijo en polaca perfecto: “Señor de Polonia, encantada de conocerle!”
¡Me quedé con la boca abierta!

Inmediatamente mi cerebro analizaba la situación: ¡No! Creo que estoy demasiado cansado de este festival y el calor, y además sorprendido con su presencia y el ruido a su alrededor. Sin embargo, ella es egipcia y no habla polaco. Luego, la escuché por segunda vez: "Bueno, no hablo bien en polaco, pero todavía entiendo y recuerdo muchas cosas."
¿Y cómo es que sabes polaco? Le pregunté, sin poder creer en lo que escuchaba. "Mi madre era polaca y mi padre Saidi" (así se nombra el campesino egipcio).

Nadia Lutfi, en realidad Paula Shafiq es medio polaca, medio egipcia. Sus padres se casaron en 1936 y un año después, se nació ella.

A pesar de que los Saidi son una comunidad muy conservadora y tradicional, y su sistema de valores es muy restrictivo, también se les conoce del honor, la ambición, y el simple estilo de vida. La madre de Paula vivía en un pueblo pequeño, en la sociedad tradicional; estableció una relación muy buena con la familia de su esposo y sus vecinos. Desempeñaba un papel importante en esta comunidad contando diferentes historias de la literatura mundial a la familia, los parientes y los vecinos, animándoles a enviar a sus hijos a la escuela.

Gracias a su sabiduría y perseverancia, y debido a sus intereses por el cine y el conocimiento de las tendencias del cine mundial, a su hija le encanta actuar y cantar. Actuó en la banda escolar de arte. Gracias a su madre, el padre permitió que su hija actuara en la escena, lo que era contrario al sistema conservador de los valores de esta comunidad. La actuación era visto como la prostitución, "pero todo el mundo quería ver películas" – se ríe la señora Paula años más tarde.

Vivía como una de ellos y se negó a trasladar a la metrópoli, a saber, El Cairo y prefirió morir y ser enterrada en este pequeño pueblo, al lado de su marido valiente, que también tuvo que enfrentar a los que estaban en contra de su matrimonio.
"Ella pertenecía a esta tierra" – me dice la señora Paula – "nunca iba más allá de Alejandría, ni quería volver a Polonia; aquí estaba su hogar y su familia."
No sabe de dónde venía su madre, tampoco sabe sus familiares o seres queridos de Polonia. Esta señora se encontró en Egipto y se quedó allí.

Personalmente, le entiendo a esta señora perfectamente. El hogar es donde nos sentimos bien, donde sentimos que pertenecemos y queremos asumir nuestro nido familiar. El hogar es donde podemos estar al lado de nuestro ser querido y olvidarnos de todo lo que está detrás de la puerta. El hogar es el calor que creamos para nuestros seres queridos y para nosotros mismos. Por tanto, estoy totalmente de acuerdo con la madre de la señora Paula, incluso con el hecho de que yo no quiero ser enterrado en Polonia. ¿Por qué? Odio el frío. Si fuera enterrado aquí, me quedaría helado, y no quiero morir de nuevo. ;)


Maged Sahly

Traducción: Agnieszka Rabiega