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Autor: Adriana Kulig
El Congreso de las Mujeres Polacas, como el mismo nombre dice, agrupa a personas no sólo de un sexo, sino también de una nacionalidad definida. En la edición de este año, que se ha organizado en la Sala de Congresos, se ha prescindido de la segunda parte del nombre del evento, lo cual se puede interpretar como una tentativa de incluir en el discurso sobre la situación de la mujer también a representantes de diferentes minorías que viven en nuestro país.

¿Ha sido un paso consciente? Incluso si ha sido así, no se ha ido más allá del cambio del nombre. En el programa del congreso en vano podían buscarse temas relacionados con la etnicidad, que, junto a la clase social y el sexo, es una de las categorías principales dentro de los mecanismos de exclusión.

Aunque el congreso se lleva a cabo en Varsovia, que a grupa a la cantidad más grande de minorías – empezando por refugiadas e inmigrantes de Asia y terminando con representantes de grupos étnicos presentes en Polonia desde hace más de cien años, como las judías y las romaníes. Estadísticamente, las mujeres provenientes de minorías étnicas constituyen en un país tan homogéneo como Polonia un porcentaje comparable con el valor del error estadístico. Sin embargo, no sin razón el feminismo académico se ha optado más bien por una perspectiva cualitativa para analizar los problemas que afectan a las mujeres, puesto que en un acercamiento cuantitativo muchos de ellos no se podrían apreciar. Para entenderlo, basta tan sólo con referirse al problema drástico que es la falta de datos relativos a la cantidad de violaciones y actos de violencia doméstica, la mayoría de los cuales no son denunciados por las víctimas y, por lo tanto, no están presentes en las estadísticas. Igualmente, los problemas de las mujeres provenientes de minorías -tanto étnicas, como religiosas o psicosexuales- son aquí un buen ejemplo. Sobre todo, en un país como Polonia, donde los encuestadores del censo general muy a menudo automáticamente escriben en el campo de la nacionalidad “polaca” (¿pues, que otra podría ser?), la doble discriminación que afecta a las mujeres provenientes de minorías no se aprecia, y si es que se aprecia, por lo general se marginaliza.

A las representantes de las minorías les resulta muy difícil tomar la voz, ya que la xenofobia, el racismo y la homofobia son tan presentes entre las mujeres como entre los hombres. Se podría esperar que, dada su experiencia de la discriminación, las mujeres serían más sensibles hacia la diversidad y polifonía, sin embargo el Congreso de Mujeres me ha recordado las primeras redes históricas de colaboración compuestas por mujeres blancas, educadas, de la clase media.

No es malo ser una de estas mujeres. Lo malo es que no se utilice esta posición privilegiada para mejorar la situación de las demás. Durante el Congreso se ha apelado a mujeres que ocupan altos cargos para que se muestren más sensibles hacia los problemas de las que, debido a las barreras sociológicas, no han podido llegar más lejos. También se ha llamado a hombres -privilegiados a priori- que actúen de una manera justa y promuevan la igualdad en cuanto a la participación de los dos sexos en la vida pública. No se han oído llamamientos similares en cuanto a la situación de las mujeres provenientes de otros países que residen en Polonia, que también contrasta mucho con la de las mujeres polacas. Se puede considerar que hay cuestiones más importantes -como la paridad- o problemas a mayor escala, como las barreras en el mercado de trabajo o la "refamilización" de la asistencia, o sea el hecho de transferir los gastos de la asistencia a niños, personas enfermas y mayores a la familia, cuyas consecuencias, en la mayoría de los casos, los asumen las mujeres. Son asuntos importantes y es bueno que haya cada vez más solidaridad en la lucha por estos propósitos.
No obstante, no me abandona la preocupación de que al dejar de lado los asuntos de las mujeres provenientes de minoría, permitimos que se repita la situación que se dio durante la primera ola del feminismo o en el año 1989, cuando se prescindió de resolver problemas relativos a la situación de la mujer, puesto que se consideraron de menor importancia. Personalmente, no me acuerdo del lema “Mujeres, no nos estorben, nosotros estamos luchando por una Polonia libre”, sin embargo, las compañeras mayores no nos dejan olvidarlo.

¿Tenemos ahora el derecho de evitar el tema de la exclusión de las romaníes o la discriminación de las refugiadas de Chechenia en nombre de motivos mayores? La marginalización estas mujeres que ya, de hecho, son excluidas resultará contraproducente para el movimiento feminista en Polonia.

El congreso ha demostrado que entre las mujeres hay cada vez más voluntad de actuar y determinación de luchar por el poder, así como el dinero que juega un papel importante en cuanto a las actividades en el ámbito público. No obstante, es de suma importancia que el movimiento feminista polaco no vuelva a cometer los errores de nuestras abuelas del Oeste.

El congreso ha sido para mí un evento muy inspirador. Me ha conmovido ya el documental de la edición anterior que abría el debate. Sin embargo, mi conmoción muy pronto ha desaparecido tras escuchar la intervención del mariscal Komorowski quien, subrayando su punto de vista masculino, ha presentado la opinión de que la paridad no es una buena idea. Al pedirle a ampliar su perspectiva, nosotras mismas también debemos prestar más atención a las mujeres cuya voz ha faltado en el Congreso.



Fuente de la información: www.kontynent.waw.pl
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