“Nadie pide la miseria y una hija” – escribió etnógrafa Regina Lilientalowa sobre la sabiduría popular judía a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Como se creía, hasta el quinto mes de embarazo, Dios puede cambiar el sexo. Con este fin, las mujeres durante 31 días desde el embarazo tenían que escuchar las oraciones en la sinagoga – dicen las residentes de los shtetl (pueblos judíos). Una hija es un lobo que devora a la dote; con cinco hijas desaparece la risa – escribía la investigadora más verdades provenidas de la colección de los proverbios judíos de Bernstein I, cuando preparaba su monografía “El niño judío.” El estudio publicado en 1907 cuenta con el contexto cultural de la paternidad y la infancia en la comunidad judía, y sigue siendo una de las más ricas fuentes del conocimiento acerca de los costumbres populares del grupo.
Lilientalowa, nacida en 1875 en Zawichost, pertenecía al círculo asimilado y representaba una de las primeras generaciones de las mujeres judías con ambiciones intelectuales vivas. En esos tiempos, podía realizarlas con ciertas limitaciones previstas para las mujeres; asistía a los cursos de la Universidad Volante donde se interesó en la etnografía. Inicialmente, tenía curiosidad por el folclore polaco, pero con el tiempo se volvió a la cultura nativa. Tal vez esto ocurrió bajo la influencia de los nacientes movimientos políticos judíos, que a principios del siglo XIX y fines del siglo XX comenzaron a ganar impulso. Su objetivo era difundir el conocimiento sólido acerca de los judíos y su cultura. Al mismo tiempo, tomaba apuntes diligentemente de una perspectiva genérica consciente, teniendo en cuenta las expectativas sociales asignadas a los diferentes sexos.

En los textos de Lilientalowa se nota su actitud muy crítica a la posición de las mujeres en la cultura judía – consistentemente, muestra cómo se estigmatiza a la mujer antes de nacer, y cómo se la margina con la edad. Al mismo tiempo, son muy interesantes sus descripciones profundas de los hábitos de los niños y la oposición a la circuncisión de los niños. Este proceso reconoce como la crueldad con las personas más vulnerables. Su actitud indica la primera ola del feminismo, cuando las mujeres y los niños se encontraban en la misma categoría, es decir, el grupo más afectado por el patriarcado. En un sistema en el que la maternidad es el principal propósito de la vida de una mujer, no podía ser de otra manera en la tradición judía, las normas relativas a las mujeres y los niños se relacionaban estrictamente.

El énfasis religioso en tener hijos en la cultura popular judía se seguía desarrollando no sólo a nivel de la cantidad sino también la calidad – aparte del sexo, eran determinantes otras características físicas. Lilientalowa meticulosamente enumera las advertencias del Talmud tales como: el niño será sordo y mudo si los padres a la hora del acto sexual charlan; será cojo cuando “dan la vuelta” (aquí se puede hacer varias interpretaciones); será ciego si miran “allí”; será flacucho si el acto sexual se llevó a cabo en piso; en general será malogrado si el marido forzó a su esposa. Un consejo más romántico relativo a la belleza infantil dictó que cuando la esposa se quedaba mirando al futuro padre durante el acto, el niño se lo parecerá. Esto se cumplirá sólo a condición de que ya durante el embarazo no vaya a comer cebollas ni rábanos, ya que estos platos “ordinarios” suponen dar un mal aspecto al niño.

Después del nacimiento, la mayor parte de los ritos se refería a los niños mientras que a las niñas sólo se les dio un nombre. La mayor atención se dedicaba a la circuncisión que también para los vecinos de Polonia, era una costumbre fascinante (lo describe, a su vez, Alina Cała en su libro sobre la imagen del judío en la cultura popular de Polonia). Antes de la circuncisión, se lleva a cabo un banquete de varones, y el día de la ceremonia se realiza la fiesta para toda la familia – Brit Milá, que es la inclusión de un recién nacido en la comunidad judía en la que ahora crecerá en un niño piadoso. Además, antiguamente se creía en la protección contra los demonios y eran principalmente los niños que estaban protegidos durante el embarazo y la infancia. Es más, la mujer después del parto era inmunda, es decir, estaba limitada en el contacto físico con su marido o el cumplimiento de los preceptos religiosos. Este periodo era más corto después del nacimiento de un hijo.

Toda la educación posterior de los niños dependía de los diferentes papeles asignados a los sexos. En los hogares judíos, en los arrullos que cantaban las madres a sus niños aparecían sueños con el futuro de los niños: en general, con el muchacho – que sea un estudioso del judaísmo y la chica – que sea una esposa y una madre buena y piadosa (sin embargo, si las canciones no adormecían a los bebés, según la sabiduría popular, se servía la infusión de cabezas de amapola lo que sin duda hacía dormir). Las hijas desde infancia acompañaban a sus madres en las tareas domésticas, mientras que los hijos aprendían las oraciones de sus padres, y desde el tercer año de vida aprendían el alfabeto hebreo para que, a expensas del desarrollo físico - lo que señala Lilientalowa - estudiaran minuciosamente los textos religiosos. El desarrollo mental de las hijas ya no despertaba tantas ambiciones en sus padres porque de acuerdo a las instrucciones de los sabios “quien enseña a su hija la Torá, le enseña la obscenidad.”

Leyendo los fragmentos del folklore judío tengo sentimientos confusos. Por un lado, me sonrío viendo la ingenuidad de estas creencias, por otro lado, al menos una parte de los ritos que conocemos tiene una larga tradición religiosa y se trata con seriedad mortal. Por supuesto, como en caso de otras comunidades, a menudo, no es posible diferenciar el folclore de la alta cultura. Lo que hoy parece ser la superstición y los esquemas del pensamiento anacrónico, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue considerado una de las principales fuentes de formación de la identidad nacional.

Hoy en día, los polacos tienen principalmente dos imágenes en mente cuando piensan en los judíos: un jasid con patillas, vestido de una bata o un escritor asimilado de tipo de Tuwim. Es lamentable que las creencias populares no sean fácilmente invocadas por los aficionados a la historia judía, ni por los investigadores serios. Así perdemos una pieza muy interesante del relato – no sólo de un punto de vista judío sino también polaco. Desde entonces, como somos capaces de encontrar en el lenguaje las influencias mutuas, tales como las palabras ‘cymes’, ‘bałagan’, ‘melina’ o ‘ślamazara’ – ¿aún cuántas riquezas puede ocultar la cultura popular de Polonia que podría preservar elementos asquenazíes (se refieren a los judíos de Europa Central) del folklore que ya no está disponible de otra manera?


Katarzyna Czerwonogóra

Traducción: Agnieszka Rabiega